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Cristina de la Bandera 14/05/2018 Cargando comentarios…
Está claro que todo lo agile está de moda. Que si colocamos unos post-its por la oficina, hacemos unas dinámicas chulas con legos y copiamos algo del modelo Spotify, los clientes van a caer rendidos a nuestros pies y además vamos a tener vía libre para desarrollar cómodos, sin fechas ni alcance cerrado.
Pues bien, esto no funciona así. En la mayoría de las ocasiones, tanto clientes como desarrolladores, no tenemos claro qué implica realmente seguir los principios de desarrollo ágil.
Por un lado, es cierto que muchos clientes se ven atraídos por este tipo de prácticas, como señal de que se trabaja de forma diferente y que, quizás, por una vez, el desarrollo del nuevo producto no va a ser un desastre, fuera de plazo, con sobrecostes y sin aportar valor.
Sin embargo, siguen teniendo resistencia a confiar plenamente en las buenas intenciones de los que, hasta el momento, siguen viendo como sus proveedores.
En una ocasión, en una reunión con un cliente (de cuyo nombre no quiero acordarme...) hasta llegué a oír que agile era la mejor forma de gastar dinero sin saber en qué, sin control.
Por otro lado, como dice el refrán “el hábito no hace al monje”. Ser agile es mucho más que el postureo de los post-its y de tirarnos al suelo a montar legos.
De hecho, las implicaciones en cuanto a responsabilidad y compromiso son tales, que a cualquier desarrollador deberían imponer cuanto menos, respeto.
Ya no formas parte de una cadena, no eres responsable sólo de tus líneas de código o de tus diseños, eres responsable de que el resultado completo sea lo que el usuario esperaba y, en cierto modo, de los beneficios (o pérdidas) que tu cliente va a obtener.
Ser agile no es una forma de facilitarnos la vida a las empresas de software, ni de que los clientes tengan tarifa plana de cambios. Las mayores ventajas son para el propio producto y el negocio.
De lo que a veces no somos conscientes (ni unos ni otros) es de que agile no va de comodidad, va de valor. Como en casi todo, hay derechos pero también deberes, no son solo ventajas, tiene muchas implicaciones. Hay que trabajar más, hay que estar a todo, no te puedes aislar en tus tareas, te debes al equipo, a un objetivo común más allá de “cumplir” con tu parte.
El objetivo de un equipo agile es conseguir el máximo rendimiento del equipo para lograr el mejor resultado posible. Para conseguirlo puedes hacer cualquier cosa excepto relajarte y trabajar a tu aire.
Negocio y desarrollo deben trabajar mano a mano, retándose mutuamente y saliendo de la zona de confort, para garantizar que se toman las mejores decisiones y que se llevan a cabo de la mejor forma posible, con espíritu de equipo y colaboración. Y esto, es más difícil de lo que parece, para ambas partes.
Al final resulta que los silos de los que tanto se habla en las transformaciones digitales, son más cómodos y reconfortantes de lo que cabía pensar.
Para la mayoría de quienes toman decisiones de negocio, lo ideal sería poder abstraerse de la complejidad tecnológica que tan poco dominan. Del mismo modo, para los desarrolladores también sería más fácil no tener que lidiar con product owners, stakeholders, sus interrupciones, sus urgencias y sus cifras de mercado, sino centrarse en la innovación técnica que es lo que más les gusta.
El problema es que está demostrado que así no se genera valor, que la falta de comunicación y colaboración es devastadora para el negocio en el mundo digital, que la ruptura de silos y el cambio en los modelos de relación entre clientes y partners tecnológicos (sí, partners, no proveedores) es esencial.
Si nos fijamos en los valores de Scrum (como joya de la corona agile), si nos fijamos bien, de fáciles tienen más bien poco: son muy ambiciosos, implican mucho trabajo, un alto nivel de exigencia personal y un cambio de mentalidad para todos, negocio y desarrollo.
El reto de adoptar una forma de trabajo agile no es cambiar fases por sprints, ni reportes por reviews. El verdadero reto es vivir en el día a día con los valores de compromiso, foco, franqueza, respeto y coraje, para hacer realidad los pilares de transparencia, inspección y adaptación y que la confianza sea una realidad.
Me gustaría que, cuando clientes y desarrolladores lean esta reflexión personal sobre lo que para mí es la esencia de ser agile, se quedaran con dos ideas simples:
A partir de ahora, no subestimemos el desarrollo agile como una moda que roza la cultura hippie. Valoremos que, los que de verdad se suben al carro, están apostando por levantarse de su silla, remangarse y hacer lo todo lo necesario por aportar valor y llegar un paso más allá.
“Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad”, Gladiator.
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