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David Montalvo 25/08/2015 Cargando comentarios…
Mitos de UX hay muchos y hay mucho escrito sobre ellos, incluso sitios web monotemáticos. Aún así, los seguimos escuchando y, reconozcámoslo, usando a nuestro favor como contraargumento si la situación lo requiere.
Llamamos mitos de UX a conceptos erróneos tomados como verdades absolutas, pero más bien deberíamos llamarlos falacias, por tener una parte de verdad, pequeña, pero suficiente para hacer que sigan entre nosotros. Se aferran particularmente a quienes tienen una convivencia puntual con UX, o han recibido algún tipo de formación básica y por ello tienen la sensación de que deben dominar los “grandes mantras”. Departamentos de cuentas y marketing son sus mayores víctimas, pero no las únicas.
Los profesionales también hemos usado verdades forzadas o puntuales que, aunque a diferencia de los mitos contienen mucha más verdad, son máximas o estándares que hay que tomar con cuidado, o como poco, requerirían explicaciones más largas.
Pero el gran problema de diseñar aplicaciones es que el número de variables en concurso es muy alto, además el contexto (¡tu contexto!) es único y por si fuera poco se mueve. Esto supone, que algunas soluciones formalmente correctas, pueden no serlo para tu problema. Por si fuera poco, realmente diseñamos servicios que sobrepasan los límites de lo digital (o deberíamos) por lo que el número de agentes implicados se amplía, alejándose aún más de nuestro control.
La mayoría de las veces, ni los mitos ni los estándares son mentira o verdad al 100%, probablemente nos gustaría que fuera así para poder usarlos o desmontarlos como recetas válidas/no válidas, y así diseñar sobre seguro. Experiencia de Usuario es una disciplina incómoda en ese ámbito.
Lo más cercano a “recetas válidas” está en un nivel atómico, en forma de componentes a más bajo nivel como pueden ser los patrones.
Nos queda, por supuesto, un conocimiento formal sobre principios universales de diseño, modelos mentales, leyes razonablemente testadas etc. Conocimientos válidos pero que tampoco son del todo “estancos”; en unas pocas horas de lectura ya puedes tener unas nociones generales, pero te puede llevar años interiorizarlas y dominarlas para ser capaz de aplicarlas junto con otras áreas de conocimiento hasta ser capaz de producir soluciones apropiadas. Y no debe ser fácil, a tenor de los resultados que aún seguimos viendo y sufriendo.
En el supuesto de dominar la parte teórica, diseñar no es una labor artística realizada en solitario, sino una labor con requisitos y limitaciones, por lo que las fuerzas existentes en un proyecto como: jefes de proyecto, clientes, desarrolladores de software, sistemas… y stakeholders en definitiva someten a presión la toma de decisiones.
En ese punto, explicar razonadamente cada solución propuesta resulta demasiado tedioso, a menudo se basan en algo razonado, testado, basado en conocimientos reglados y que contempla todos los requisitos, pero también se aplica un punto de intuición y experiencia, asuntos estos, costosos de argumentar.
Ariel Guersenzvaig ha publicado las cosas más interesantes que yo haya visto sobre la toma de decisiones (resúmen de una de sus clases), pero es un tema con bastante profundidad psicológica, incluso filosófica. Un tema sesudo vaya, por eso necesitamos “certificar” nuestra decisión con menos discurso y más rápidamente, apoyándola en una “máxima”. Es el mismo proceso que citar autores para cargarse de verdad, y lo que es mejor aún inventarse citas que jamás se dijeron.
En realidad los mitos, mantras, estándares y falacias (donde mejor encaje según lo acertado del postulado) son atajos. Un recurso para imponer o justificar decisiones cuando en la mayoría de los casos la decisión es difícil, construida tras decenas de inputs y donde a menudo sólo pruebas e investigaciones podrían dar una conclusión empírica, o casi.
La prueba de que los mitos son argumentos rápidos es que nuestras respuestas como profesionales a los mitos se han hecho tan famosas y corren el riesgo de ser tan sospechosas de ser mitos como los originales a los que pretendían contrarrestar. El caso más destacado para mí es el de “¡los usuarios no leen!” como respuesta al original “¡los usuarios leen!”.
De hecho, ya no estoy seguro de cuál fue antes.
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